“Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros.” – Sartre 

 

Muchos de nosotros, crecimos acompañados de ciertas verdades incuestionables que nos transmitían nuestras madres y nuestros padres. Con esas verdades, algo sentenciosas, nos transmitieron muchos valores, creencias, maneras de ser… Nos transmitieron qué era nuestra familia y cuánto de importante era.

Algunos convivimos con el “esto es así porque sí” o “porque lo digo yo que soy tu padre”, Otros convivieron con el “mamá siempre quiere lo mejor para ti” o el “no hagas que papá se enfade”. Históricamente, sin duda, una de las verdades más irrefutables de la vida familiar ha sido: “la familia siempre es lo primero”.  

En la vida adulta, muchos nos hacemos preguntas a nosotros mismos y nos cuestionamos ¿Por qué si tengo ya treinta años hay cosas que si las dice mi padre van a misa? O ¿Por qué me siento tan culpable si no priorizo lo que mi madre me pide? Habrá quien dude sobre por qué le resulta tan terrible priorizar un plan divertido con sus hijos un domingo en vez de ir siempre a comer a casa de sus padres. 

Posiblemente la respuesta a esté en esas verdades que nos inculcaron con el objetivo de hacer de nuestra familia “una familia feliz” y, por qué no, perfecta. Una familia en la que cada uno priorice el equilibrio familiar, que la familia esté bien… aunque eso sacrifique la salud de alguno de sus miembros.  

Cada día en mis sesiones veo a más personas que se sienten culpables en relación a sus familias. Algunos, se culpabilizan si no responden a ciertas expectativas que tiene su familia sobre ellos. Otros, sufren porque no consiguen tener la conexión que supuestamente “deberían tener” con sus hermanos/primos. Y, una gran mayoría, presenta bastante dificultad para conectar con las emociones desagradables que, a veces, nos provoca nuestra propia familia: envidia, ira, decepción… Existe muchísima culpa en todo lo referente a estos temas. 

A menudo, el origen de esta culpabilidad está relacionado con aquello que nos obligaron a que fuese nuestra familia y que no pudimos cuestionar en su momento. Sin embargo, como adultos, sí que podemos cuestionar lo que nos hicieron creer en el pasado. La psicología hoy nos da la posibilidad de repensar ciertas partes de nuestra vida, de nuestra historia.   

Sólo si trabajamos sobre la familia de la que venimos podremos favorecer la salud de nuestra familia actual, construyendo una familia en la que se favorece el bienestar emocional de sus miembros 

Para que podáis pensar este tema tan complejo, os proponemos pensar en cinco indicadores que nos hacen pensar que estamos en una familia que genera bienestar emocional: 

  1. Se puede hablar de todos los temas (incluso los temas difíciles): Este tipo de familias prefieren la conversación antes que el silencio. Se sienten más “cómodas” abordando lo que sucede, en lugar de guardarlo en silencio. Entienden que hay temas y situaciones complicadas, pero están dispuestos a abordarlos juntos, generando tranquilidad entre los miembros.
  2. Está permitido hablar sobre emociones: Hay lugar para expresar los sentimientos. Hay un clima que permite compartir cómo se siente cada uno, generando un ambiente seguro y respetuoso para la gestión de sus emociones.
  3. Se produce un aprendizaje cuando alguien cuestiona las reglas o normas de la familia: Una persona dentro de la familia puede no estar de acuerdo con las “reglas” o normas que reinan en la familia. El resto de la familia, lejos de rechazar por sistema lo distinto o diferente, está dispuesto a escuchar qué puede estar pasándole a ese miembro de la familia. Se escuchan los argumentos a favor y, también, los argumentos en contra de esas normas familiares.
  4. Existe flexibilidad ante el cambio: Cuanto más “sana” es una familia, más flexible es para aceptar aquellos cambios que sobrevienen, aunque sean repentinos como una enfermedad, una pelea o una discusión. Y si hace falta cambiar algo en el funcionamiento familiar para acoger ese nuevo evento o situación… ¡se puede valorar cambiarlo! 
  5. Se puede mantener lo esencial: la familia que es “sana” emocionalmente hablando, sabrá mantener sus valores fundamentales hasta en situaciones de cambio. Digamos que existe cierta solidez o seguridad hasta cuando hay eventos estresantes en la familia. Aunque las cosas estén en cambio, lo importante permanece.  

¿Y, qué sería lo esencial? Lo que cada familia defina: para unos la escucha, para otros lo autonomía de cada una de las personas, para otros la posibilidad de escuchar las diferencias o de acoger los conflictos… Aunque la familia esté en cambio, algunas cosas permanecen. 

Estos indicadores nos pueden ayudar a pensar y reflexionar sobre nuestras dinámicas familiares. También, pueden servirnos como un “Norte” hacia el que queremos ir para favorecer estas dinámicas en nuestro presente y futuro. Al fin y al cabo, somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros, ¿no? 

¡Entrena tu psicología!