¿La terapia me está sirviendo? Es normal que te hagas esta pregunta después de las primeras sesiones con el psicólogo, igual que cuando te apuntas al gimnasio y quieres notar cuanto antes cambios físicos. En el caso de la salud mental, no siempre hay un antes y un después, ni tampoco un ‘clic’ que lo cambie todo de la noche de la mañana. Es más bien un proceso progresivo que puede tener subidas y bajadas, pero que en ningún caso es lineal. 

Eso sí, aunque no vayas a solucionar un problema de la noche a la mañana, sí que puedes identificar algunas señales que te indican que vas por el buen camino. Puede que las notes en un orden diferente al que te proponemos, incluso que aparezcan de forma progresiva, pero de alguna manera te permitirán darte cuenta de que la terapia está dando sus frutos. 

A continuación, te damos las 5 señales que te permitirán reconocerlo. Y recuerda: confía siempre en el proceso. 

Mayor conciencia emocional y autorreflexión 

Una de las primeras señales que la terapia psicológica funciona es que empiezas a observarte y a hablarte de una manera diferente. Ojo, no quiere decir que de repente tengas respuesta para todo, simplemente eres más consciente de cómo te sientes y por qué. 

En lugar de vivir en piloto automático, empiezas a preguntarte qué te pasa, por qué te sientes de una determinada manera o qué necesitas en este momento. Algo así como empezar a mirar hacia dentro, de una manera más consciente y mucho menos impulsiva. Es una de las señales más evidentes de que la terapia te está ayudando a conocerte mejor. 

Y eso, de manera indirecta, también da lugar a una mayor capacidad de autorreflexión para ‘unir los puntos’. Es decir, entender mejor de dónde vienen ciertas emociones, cómo influyen en tu día a día y qué patrones estás repitiendo. 

Más herramientas para afrontar situaciones difíciles 

Otra pista que tampoco deja lugar a dudas: ya no te quedas igual de bloqueado ante un problema. La terapia psicológica no elimina los conflictos ni las crisis, pero sí que te da los recursos y las herramientas para gestionarlos. 

Por ejemplo, técnicas para aprender a respirar cuando tienes un ataque de ansiedad, ejercicios para reestructurar tus pensamientos, habilidades de comunicación para mejorar tus relaciones… No es que desaparezcan los problemas, pero aumenta la sensación de control y saber cómo responder a ellos con las herramientas que has aprendido en terapia. 

Cambios en tu diálogo interno 

Todos tenemos una voz interior, y muchas veces los juicios que nos hacemos a nosotros mismos son más crueles que las opiniones ajenas. Si has notado que te hablas de otra manera, que no eres tan duro/a ni te exiges tanto, es una buena señal. 

Puede que empieces a hablarte con mucha más paciencia, a darte permisos que antes no te dabas o a cuestionar pensamientos que antes asumías con una verdad absoluta. Quizá sigues siendo crítico/a contigo en ciertos momentos, pero notas que esa voz compasiva le gana terreno a tu lado más exigente. Y a largo plazo, tiene muchísimos beneficios en otras áreas de tu vida. 

Mejores vínculos y más compasión contigo 

La terapia también influye mucho en cómo te relacionas con los demás, aunque no hayas decidido ir al psicólogo para gestionar un problema relacional. Cuando empiezas a poner límites, te comunicas de una manera más clara y eliges mejor tus vínculos, también estás avanzando en tu proceso. 

Al mismo tiempo, aumenta algo igual de importante, como es la autocompasión. Adoptas una mirada mucho más amable y reconoces que mereces cuidado, y eso también se refleja en unos vínculos más sanos con quienes te rodean. 

Aceptación del proceso como camino 

Por último, otra señal inequívoca: cuando dejas de obsesionarte con los resultados inmediatos y empiezas a percibir la terapia como un camino. No significa que te resignes ni mucho menos, pero es necesario entender que ir al psicólogo es un proceso en el que hay altibajos. 

Puede haber sesiones en las que te sientas pleno/a, y otras incluso que percibas como más planas o sientas que no te han sentado tan bien. Pero todas forman parte del proceso y esa aceptación en sí misma ya es una señal de que estás avanzando. 

Desde dentro, no suele ser fácil reconocer, por ejemplo, en qué fase del duelo te encuentras o si estás cerca de sentirte mejor contigo mismo. Sin embargo, los pequeños pasos —una mayor conciencia, más herramientas, cambios internos, mejores relaciones y una mirada distinta hacia ti y hacia el proceso— son la mejor forma de cuantificar esos avances. 

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