¿Te has parado a pensar si necesitas ir al psicólogo? Creer que no lo necesitas o que el problema que tienes no es para tanto es más frecuente de lo que imaginas. De hecho, hay muchas personas que lo posponen durante meses —incluso años— por miedo, por desconocimiento o simplemente porque creen que pueden con todo solas. Sin embargo, es el mayor acto de autocuidado que puedes hacer por ti. 

La psicología en absoluto está reservada para las crisis ni los problemas más graves. Es más, ir al psicólogo es útil para evitar que un malestar pequeño se convierta en un problema más grave. El primer paso es reconocer las señales emocionales, conductuales y físicas que deben ponerte en alerta para pedir ayuda profesional. En las siguientes líneas, te contamos cuáles son las más habituales y te damos los consejos que necesitas para dar el primer paso. 

Señales emocionales: ansiedad constante, tristeza prolongada… 

Una de las primeras señales de alarma (y quizá la más fácil de identificar) tiene que ver con cómo te sientes en tu día a día. Al final, todos tenemos altibajos, pero hay que prestar especial atención si se prolongan en el tiempo. Estas son algunas señales emocionales que indican que debes acudir a un psicólogo: 

  • Ansiedad constante, con pensamientos acelerados que no puedes controlar. 
  • Tristeza profunda que se mantiene durante meses o semanas. 
  • Sentimiento de vacío, apatía o desconexión de ti mismo/a (y de lo que haces). 
  • Culpa excesiva o una autocrítica que no te permite disfrutar de nada. 
  • Pérdida de ilusión o dificultad para encontrar motivación en lo cotidiano. 

Hay un punto de inflexión que es una buena señal de alarma, y es cuando las emociones dejan de ser transitorias y empiezan a condicionar tu bienestar y tu rutina. Acudir a terapia es el espacio seguro en el que puedes expresarlas y aprender a gestionarlas. 

Señales conductuales: aislamiento, irritabilidad, desmotivación 

Las manifestaciones asociadas a los cambios en la conducta también pueden alertar de que algo no va bien. A veces, no reconocemos inmediatamente el malestar emocional, pero sí notamos cambios en nuestra forma de actuar. Por ejemplo: 

  • Aislamiento social, como evitar planes, rechazar llamadas o no querer salir de casa. 
  • Irritabilidad o ‘explotar’ en un enfado sin motivo aparente. 
  • Dificultad para concentrarte, tomar decisiones o rendir en el trabajo/estudios. 
  • Buscar formas de evasión, ya sea en el alcohol, la comida, las compras o el uso excesivo de redes sociales. 
  • Desmotivación generalizada que afecta a la vida laboral, personal o académica. 

Señales físicas o somáticas 

El cuerpo también nos manda señales cuando la mente está al límite. De hecho, hay muchas personas que acuden al psicólogo después de haber pasado por varios especialistas médicos porque no han encontrado explicación (ni diagnóstico) a sus molestias físicas. Estas son las señales somáticas más frecuentes asociadas con el malestar emocional: 

  • Dolor de cabeza, contracturas o molestias musculares continuas. 
  • Problemas gastrointestinales, como náuseas, dolor abdominal o cambios en el apetito. 
  • Dificultades para dormir o despertarte mucho durante la noche. 
  • Fatiga crónica sin otra causa médica. 
  • Palpitaciones, sudoración excesiva o sensación de falta de aire. 

Si tienes alguno de estos síntomas de forma recurrente y no hay ningún otro diagnóstico médico (ni enfermedad) que lo explique, quizá se trata de un problema de estrés, ansiedad o depresión. 

Mitos comunes que frenan el primer paso 

La salud mental está mucho más presente en la sociedad que hace unos años, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, pero eso no implica necesariamente que se hable mejor ni con rigor. De hecho, todavía hay creencias y mitos que frenan a muchas personas a la hora de buscar ayuda profesional. 

Mito sobre ir al psicólogo Realidad 
«Solo voy al psicólogo si estoy muy mal» La terapia también sirve como prevención, para el autoconocimiento y desarrollo personal. 
«Debería poder con esto solo/a» Pedir ayuda no te hace débil, todo lo contrario. Es un acto de autocuidado y de responsabilidad con tu salud mental. 
«Un psicólogo me dará soluciones rápidas» La terapia no va a mejorar tu vida en unos pocos días por arte de magia. Es un proceso progresivo, constante y que requiere que pongas de tu parte. 
«Hablar con un amigo es lo mismo» El apoyo social es importante, pero un profesional está formado para guiarte y darte herramientas. 

Cómo empezar terapia sin miedo 

Si te reconoces en alguna de las señales anteriores, es momento de dar el primer paso y acudir a terapia. Y aunque a priori puede dar vértigo, sobre todo si nunca has ido a terapia o siempre has pensado que no lo necesitas, puedes seguir estos pasos para hacerlo más sencillo: 

  1. Infórmate y busca un/a psicólogo/a con experiencia en el área que necesites. 
  1. Prueba una primera sesión, porque muchas personas descubren que así desaparecen los miedos iniciales. 
  1. Confía en el proceso y entiende que no tienes que contar todo en una primera sesión. El vínculo se construye poco a poco. 
  1. Recuerda que en cada sesión estás dando pasos hacia delante para cuidarte y estar mejor. 

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